Todo pasa, los prejuicios quedan
En la primera nota de prejuicios, comentábamos que funcionales son en nuestra vida. Es cierto, en cierta medida a veces lo son, siempre y cuando no nos coarten la libertad de elegir, y no esclavicen nuestro pensamiento.
Sabemos que están fundados en creencias y en mandatos arraigados y recibidos tanto en el seno de nuestra familia como en la sociedad en cuanto tiempo y espacio nos toque vivir.
Compartimos una nota del New York Times de hace una semana:
“….En nuestra presunta época progresista, solo un retrogrado haría una broma cruel sobre una minoría. Sin embargo la vida no es tan simple. Por más que se condena el prejuicio racial o religioso, persisten formas sutiles de discriminación, algunas de ellas basadas en el aspecto y el atractivo.
¿Qué pasa con las personas con sobrepeso? Si bien hay mas gente con sobrepeso que nunca, el estigma en su contra se intensifica.
Se critica la obesidad como si fuera un defecto personal, por más que la ciencia apunta sobre todo a la genética. Se acusa a los gordos de cosas, como encarecimiento de la atención médica y hasta de un mayor consumo de combustible que contribuye al calentamiento global.
El” viejísmo” es otra forma sutil de discriminación, en un momento social donde reinan la juventud y la belleza. Un grupo de guionistas televisivos mayores ganó este año una demanda de 70 millones de dólares por discriminación por edad.
Si queres vender una casa de un millón de dólares hay que tener un aspecto agradable, según declaraciones de una productora inmobiliaria de tan solo treinta y tres años, que ya pasó por el botox, y tratamientos láser. Paranoia? Los estudios indican que la gente linda tiene un “plus de belleza” de 5% en lo que gana por hora, mientras que el” castigo por fealdad” es del 9%...."
¿Somos presos de nuestros prejuicios? ¿En cuánto contribuimos concientemente o no a mantenerlos y alimentarlos? ¿Han sufrido un cambio de aspecto también ellos?